Por Tomás Rico
Los dos grandes monstruos del subgénero Kaijū no se veían las caras desde 1962, cuando estrenó King Kong vs. Godzilla, su primer y único enfrentamiento hasta ahora. Este reencuentro colosal es una gran manera de volver al cine, un blockbuster hecho y derecho, construido para entretener e impresionar a la par de un balde de pochoclos y una bebida grande.

La trama se sitúa en un momento en que los monstruos caminan por la Tierra y la lucha de la humanidad por su futuro ponen a Godzilla y Kong en un curso de colisión que verá a las dos bestias más poderosas del planeta chocar en una batalla sinigual. Cuando la organización secreta Monarch se embarca en una peligrosa misión en un terreno inexplorado y descubre pistas sobre los orígenes de los titanes, una malvada conspiración humana amenaza con borrar a las criaturas, tanto buenas como malas, de la faz de la tierra para siempre y algo más fuerte que ellos está en camino.
Este film de 113 minutos, dirigido por Adam Wingard y escrito por Terry Rossio, es la cuarta parte del MonsterVerse de Legendary Entertainment. Comenzó con Godzilla (2014), continuó con Kong: Isla Calavera (2017) y luego Godzilla: rey de los monstruos (2019). Es difícil que un largometraje tan esperado pueda cumplir las expectativas de un público hambriento de acción a gran escala y entretenimiento pochoclero puro. Junto a años de preparación, de expectativas acumuladas y de un fandom que tomó bandos y dos personajes mundialmente taquilleros, Godzilla vs. Kong logra dar un espectáculo audiovisual inmerso de sensaciones explosivas. Con unos impecables efectos especiales y un tramo final inolvidable.
De todos modos, este filme sigue arrastrando los errores de sus precuelas. Continúa agrupando muchos personajes humanos irrelevantes y mal interpretados en subtramas aburridas y de relleno, con una historia simple y predecible. Actores como Millie Bobby Brown (Maddison Rusell), Kyle Chandler (Mark Rusell) o Eiza González (Maya Simmons) están desaprovechados al igual que Elizabeth Olsen o Bryan Cranston en Godzilla del 2014. Otro fallo es tomar bando: dentro del desarrollo se siente notorio el protagonismo de Kong por sobre el de Godzilla, mostrándonos a uno como un héroe con sentimientos y al otro como un villano que poco aparece. Se siente más como una secuela de Kong: Isla calavera que un film en conjunto.
Por otro lado, esta decisión se contrasta con la firmeza de la trama, que nos da un ganador tal cual se promocionaba: “Uno de los dos caerá”, y no se mantienen tibios en este aspecto. También juegan con la nostalgia volviéndonos a mostrar a Godzilla haciendo destrozos en la deslumbrante Hong Kong, lo más puro del personaje en su máximo esplendor. Aunque, por momentos, la historia se aleja a lugares futuristas y poco creíbles (siendo mucho decir cuando se trata de un dinosaurio nuclear y un mono gigante), y en conjunto con algunas tediosas lagunas puede desconectar al público del viaje general.
Para concluir, Godzilla vs. Kong no es una película compleja y perfecta, pero tampoco apunta a serlo. Logra su cometido de entretener e impactar a gran escala, presentándonos una de las batallas más épicas y colosales de la historia del cine. Sin duda un filme que obliga a verse en la gran pantalla. Y ahora quedamos a la espera de continuar este universo de titanes que puede tener mucho más que dar.